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DE DESPEDIDOS...

- 2008 -

Mtro. Federico Anaya Ojeda

Cuando ya no quiera a alguien, dígaselo. Hable con la persona cuando estén solos y con toda cortesía dígale sus intenciones: “ya no te quiero, vete”. Si puede, hágale sentir que es el alma más importante. Si le quitó algo, pídaselo de regreso: “quiero mis cosas”. Si le falló, reclámele, pero antes que nada, por favor háblele a su abogado.

Si no sigue esta simple recomendación puede que su ex trabajador lo haga pedazos en un juicio laboral por despido. Para partir caminos con uno de sus colaboradores, ya sea con causa o sin ella, es indispensable marcar el teléfono de su abogado laboral, subrayemos laboral, pues recuerde que cada especialista tiene su área de competencia. La gimnasia no es lo mismo que la magnesia, y nadie atendería una afección del corazón con un reumatólogo, o una enfermedad de los ojos con un pediatra. Los abogados laboralistas atienden temas laborales; los penalistas, penales, y los civilistas, civiles. Los contadores y los administradores no son abogados, no importa las buenas intenciones que tengan.

Un empresario puede despedir con cierta justicia a un trabajador por deshonesto, grosero, irrespetuoso, flojo, borrachín o drogadicto, negligente, imprudente, desobediente, mentiroso, indisciplinado, pero la forma correcta de hacerlo no siempre es la legal. –¡Ojalá! que no lo lean los legisladores–, pero romper la ley es necesario, al menos en este caso. Un empresario que entrega el despido por escrito es un empresario con medio pie en el panteón. Y no importa lo que diga la ley. Si se sigue: adiós, bye, au revoir.

Nadie en la empresa y mucho menos el trabajador debe saber que se le va a despedir. El factor sorpresa es imprescindible a la hora de un despido. El aspecto psicológico ayuda a obtener un acuerdo favorable para ambas partes. También impide que el trabajador se malasesore con pseudoabogados que ven jugosos negocios en las liquidaciones de los trabajadores. Tenga una plática en privado con el trabajador. Hágale saber sus derechos y dele a escoger entre los dos caminos: el primero, el de la paz con un arreglo conciliatorio bueno para todos y, el segundo, el de la guerra de las juntas de Conciliación y Arbitraje, un juicio en el que sólo uno vencerá: el que cuente con los mejores elementos y el mejor abogado.

De la causa por la que se vaya el trabajador dependerá el monto a negociar. Nunca le robe. Sus prestaciones y los sueldos son de él. Los trabajó. Son sagrados. Los tres meses por despido son negociables. La costumbre habla de 45 días de sueldo como arreglo salomónico. Si la falta es muy grave es posible que el trabajador se vaya sólo con sus prestaciones, si es un capricho del patrón entonces pedirá un poco más.

Cuando se vaya hágalo sentir el mejor trabajador del mundo y si se obtiene un arreglo conciliatorio, es adecuado acudir a la Junta de Conciliación y Arbitraje a denunciar el convenio que pone fin a la relación de trabajo. Si no se puede acudir, el trabajador, a la hora de recibir su cheque, debe firmar una renuncia al empleo por escrito y el recibo de finiquito correspondiente.

Cuando el trabajador escoja el camino del pleito es recomendable no darlo de baja del Seguro Social sino hasta después de treinta días. La baja inmediata en el IMSS puede presumir que despidió al trabajador de su empleo, máxime que en la baja aparece una causa que nunca se podrá probar, como la renuncia, el abandono o la terminación.

Al final del camino nadie es imprescindible en una empresa. La vida continúa. Habrá mejores trabajadores y habrá mejores empleadores. Pero antes de la separación, ese momento en que ambos simbióticamente decidieron aportar lo mejor del capital y del trabajo, guárdelo como algo importante, nada intrascendente, que vivirá el tiempo que viva la organización.


La imagen que aparece en este artículo es unicamente para fines ilustrativos.